domingo, 4 de diciembre de 2011

Echaba en falta alguien que vigilara su espalda, que le salvara cuando cruzara los semáforos en rojo mirando la luna. Esa sensación cuando te acarician la cara y  tocan el pelo con la punta de los dedos. Las conversas sin palabras. Poder retenerlo en su cama y pasar la noche observando los cuartos crecientes. Creer en algo infinitamente infinito.

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